En nuestra singularidad está la diferencia. Una tradición, una manera única de hacer las cosas que se remonta más allá de un siglo en el tiempo. Una forma de vida, un apego a la tierra, un amor a la vid, un estado de ánimo que se palpa en cada uno de nuestros vinos. Somos distintos y en esa diferencia se esconden decenas de años de historia. Un ADN especial, una genética única en la Ribera del Duero. Hay que echar la vista atrás, unos 80 años, cuando el abuelo recogió la genética de un viñedo centenario para injertarla, adaptarla y volverla a reproducir. Todo ello en un lugar privilegiado, Fuentelcésped, al límite de la demarcación geográfica de la Denominación de Origen Ribera del Duero, un sitio especial por su geografía y altitud, pero también por la tradicional vinculación al mundo de vino.
Medio siglo antes de que llegara la Denominación de Origen Ribera del Duero, cuando ni tan siquiera se soñaba con una zona de calidad y un Consejo Regulador, en el pueblo ya el vino y la vid eran el motor de la economía. En Fuentelcésped se vivía del vino y por el vino, y el respeto a la viña era algo sagrado. Ya entonces, hay documentos que así lo atestiguan, se trabajaba con unas normas concretas y obligatorias que marcaban, por ejemplo, el comienzo y el fin de la vendimia o el tratamiento de la viña. Cuenta la historia de este enclave ribereño que las cosechas fueron un motor de desarrollo, gracias a la donación del denominado “un cuarto” de lo recolectado, se pudieron realizar obras e infraestructuras que contribuyeron a la mejora de la calidad de vida de lo habitantes de la Ribera del Duero.
“Esta es la raíz de tu vida, la raíz de tu familia. Estás unido a esta tierra y a esta familia por compromiso, por honor y por amor. Plántala y Crecerá”.